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Por Mariana Conde

Hay infinitas formas de pasar el domingo, me imagino. Yo, paso los míos casi siempre igual: mañanas activas con desayuno y algo de deporte que nos mueva a los cuatro, comida tarde, leer, hacer pendientes. 

Aunque durante la semana hago planes grandiosos para el séptimo día, en realidad, llegado este, no se me antojan ni me parecen ya tan interesantes como dejarnos llevar por la conocida rutina y disfrutar del supuesto ocio que acabará con la llegada del lunes.

Digo supuesto porque ya no puedo permitirme vivir un domingo a la Garfield; con dos niños y un marido inquietito se ha desvanecido el lujo de dormir de más, hay tres pares de ojos esperando el instante en que por equivocación yo abra los míos para acribillarme con ideas de qué hacer o dónde ir: ¡Bici! ¡No, mejor padel! Caminatas, alberca, parques, trampolines, patinar, picnics, visitar abuelos, etc, etc, etc. Por si eso no fuera suficiente, más tarde hay que utilizar las preciosas horas en organizar vida y casa, revisar cuentas, ordenar lo que nunca se ordena, limpiar donde nunca se limpia. Y ahí voy detrás de mi emprendedora pareja arrastrando la cobija mientras finjo tener la misma motivación de no parar hasta no tener el último documento bien archivado.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.