Por qué hay que amar a Tamara

De Tamara se sabía poco, excepto que era “pija”, el término español para decir fresa o fifí. Muy fifí desde la cuna.

Por qué hay que amar a Tamara

Por Mónica Hernández

Tamara Falcó era una desconocida pública hasta hace unos años. Hija del papel couché tanto como de Isabel Preysler y de Carlos Falcó y Fernández de Córdoba, nacido nada más pero nada menos que en el palacio de las Dueñas, en Sevilla. Con grandeza de España, lo que significa más pedigrí que muchos royals actuales. La niña Tamara creció entre sedas y tules, lo mismo que en un ambiente político y cultural al alcance de muy pocos y en parte, debido a la coyuntura familiar: entre sus padres se acumulan siete matrimonios (la madre ahora convive con Mario Vargas Llosa) y tiene cuatro hermanos del lado paterno y cuatro más del materno. Que nadie diga que la aristocracia actual no es moderna.

De Tamara se sabía poco, excepto que era “pija”, el término español para decir fresa o fifí. Muy fifí desde la cuna. Sin embargo y propiciado por un reality sobre cocina (Master Chef), la gente común que ve la televisión la conoció en directo. Descubrieron a una mujer fresca, chispeante, divertida y sobre todo, cercana. La ahora marquesa de Griñón (el padre le heredó el título, el castillo, las propiedades) se convirtió en “una de nosotras”.

Tamara está a punto de cumplir 41 años. Es ya una mujer. Tiene, como todas a esa edad, un pasado y ha vivido su vida a su gusto, aunque sus gustos no son los de la población clasemediera, eso sí. Su última pareja, un joven de treinta y dos, fue su novio durante dos años y el 22 de septiembre pasado anunció, vía foto de Instagram, el compromiso, junto con una cita de San Pablo a los Corintios. Mostraban beso y anillo, lo que quiere decir mucho. Ella, colaboradora de un programa de variedades, confirmaba la futura boda. Al día siguiente aparecieron fotos del prometido besando a una mujer en un festival que, ironías del destino, se llama “Burning Man” (con precios entre los 225 y los 575 dólares americanos). Ella, de la mano del novio, defendió que eso pertenecía a su pasado y que la foto era del 2019. Siguientes 24 horas: se confirmó que la foto tenía escasas dos semanas. Fotos de IG borradas y la mujer salió con todo y sus perros a casa de su madre, a blindarse.

No habían pasado dos días cuando reapareció, guapísima y arreglada, para cumplir con sus compromisos oficiales, dado que es imagen de algunas marcas. Ni rastro de ojeras, de ojos hinchados, de sufrimiento. No había ninguna víctima. En su lugar, una mujer fuerte, decepcionada por la traición a su confianza, a su lealtad. Los cuernos la hicieron fuerte y saberse fuerte y no una víctima la hizo acreedora del aplauso general.

Sí, a muchas nos han puesto los cuernos. Algunas deciden perdonar y seguir, tanto con los planes como con el recelo, la duda y la reconcomia que durarán para siempre. Por algo dicen que el perdón no es el olvido. Otras, como Tamara, decidimos cortar con todo, porque la confianza traicionada no regresa jamás. Un cristal roto se puede pegar, hasta con oro como en el arte japonés del Kintsugi, pero no será el mismo jamás. El dolor puede ser hasta bello y el perdón puede llegar después. O no.

El fin de semana del 1 y 2 de octubre Tamara Falcó se presentó en la ciudad de México en el marco del Congreso Mundial de las Familias. Como la gran oradora que es, conoce al público que tiene delante: habló del perdón, del amor de Dios y de lo que se esperaba dijera en el lugar en el que estaba. Ovacionada, no aplaudida. Se puede no ser católico y menos creyente, pero se respeta la coherencia de quienes sí lo son.

Tal vez esa sea la razón por la que debemos amarla: una mujer que conoce su lugar. Sí, ella es la víctima de un mujeriego y vividor, ella es la agraviada y sin embargo, no se victimiza. Podemos estar de acuerdo con ella o no, podemos convivir con su ideología y religión o no, pero hemos de reconocer que las víctimas se erigen cuando uno tiene compasión de sí mismo, echando la culpa a los demás. Me gusta su espíritu luchador de no dejarse ir con el agravio, sino de salir adelante con lo que en lotería le tocó.

@monhermos

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