La palomita azul

La sola idea de que no pagues por asegurarte que quien escribe es quien dice que escribe se vuelve terrorífica.

La palomita azul

Por Mónica Hernández

La noticia es que el nuevo dueño de Twitter, Elon Musk, busca sanear las finanzas de la empresa que adquirió. Los ingresos por publicidad (sí, esos molestos anuncios que nadie pela pero que nos asaltan a todos) se han reducido por la situación mundial de crisis política, financiera, económica y de recesión, que sí, ahí viene y se nos viene encima. Entre los cambios que propone el nuevo mandamás está cobrar ocho dólares al mes por usuario por el “blue tick” que no es otra cosa que la palomita, el “check” que la cuenta que está escribiendo, a quien te estás dirigiendo, está verificada. Vamos, que si dice “Biden”, si es la cuenta del presidente la que tiene mensajes.

La sola idea de que no pagues por asegurarte que quien escribe es quien dice que escribe se vuelve terrorífica. Si con “blue tick”, esa palomita, puedes estar seguro que la serie de fake news pueden ser fake news (cada uno elige en qué creer y ni se diga en asuntos políticos), sin el blue tick, esa suerte de certificación estaremos no ya en el metaverso, sino en la neblina de la imaginación. Vamos, el paraíso de los bots. Sí, más. Mucho más. Cualquiera puede abrir una cuenta con tu nombre, escribir lo que sea, vivir tu vida… y así nos podemos seguir. Supongo que el señor Musk confía en que el miedo hará que uno pague por esa palomita de certificación, a fin de seguir creyendo que los debates, cuestionamientos y mentadas en las redes son entre quienes dicen que escriben, lo son. ¡Ah! Como concesión, quien pague verá la mitad de anuncios de los que ven actualmente (no queda claro cómo se medirá la mitad de los anuncios disponibles para cada usuario) y también tendrá prioridad para que te avisen si alguien te leyó y te contestará.

Twitter nació en San Francisco, en 2006, como parte de una de esas sesiones de “lluvia de ideas” dentro de una sala de juntas. Originalmente, era un espacio para mensajitos de SMS entre varias personas, no una a una. El primer prototipo se utilizó entre los empleados de una empresa, llamada Odeo y se extendió en una de esas ferias tecnológicas -la SXSW- donde lo que primó no fue el invento, sino su marketing (luego díganle a los directivos de ventas que el marketing no genera ingresos). A alguien se le ocurrió poner dos pantallas de plasma de 60 pulgadas en los pasillos, donde lo único que se transmitían eran mensajes de Twitter. El impacto fue tal que de 2007 a 2012 pasó de cero a 200 millones de usuarios. Para 2013 cotizó en la bolsa de Nueva York. El resto, como se dice popularmente, es historia. Google, Microsoft, Disney y Verizon entre otros monstruos de la comunicación, se ofrecieron para comprarla desde 2016, pero ninguna cuajó, hasta ahora. Nadie duda que Elon Musk es un visionario de la tecnología y del mundo del futuro, pero tampoco se puede negar que sus estrategias financieras son, cuando menos, cuestionables prácticas viejas, algunas, caducas.

¿Cuál será el futuro de la empresa bajo la dirección de Elon Musk? Según quienes lo conocen, la llevará a niveles insospechados… o la terminará. Es un monstruo de millones de cabezas (tantos como usuarios, reales e imaginarios). Por otro lado, los consumidores siempre tienen la palabra. Que no se nos olvide nunca. Me imagino que alguien saldrá con otra red y migraremos a ella, porque en la actualidad todo es desechable, hasta la red social.

Nota al margen: en época de crisis, inflación y movimientos telúricos económicos, las ventas de una red como Tinder han crecido en los últimos meses, desde que inició la pandemia (sí, esa que nos tiene tan hartos que ya ni queremos nombrar, como si ya fuera cosa del pasado). Si bien creció 94% en las primeras dos semanas del confinamiento, las suscripciones no han dejado de crecer. Y tampoco las de sus primas, hermanas y socias: esas redes para adolescentes, para gays, para lesbianas y para todas las personas que ahora desean mirar en la palma de su mano, y tal vez, tocar. No sé ustedes, pero cada vez me siento más internada en la película de Wall-e, donde los humanos se deshumanizan sentados en un sillón y el mundo ocurría tan solo a través de lo que las pantallas les mostraban.

@monhermos

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.